¿PUEDEN LOS “ESTADOS BENEFACTORES”
EN DEMOCRACIA SOBREVIVIR LAS CRISIS FINANCIERAS?(*)
James M. Buchanan
Introducción
Es generalmente reconocido que los “estados benefactores” en las democraciasoccidentales, en Europa y Estados Unidos (también se puede incluir a Japón en la lista) enfrentan severas crisis financieras. Las demandas de los electores por transferencias
benefactoras, basadas en las expectativas del público sobre la continuidad de los programas corrientes, exceden la recaudación que los mismos electores están dispuestos a pagar en impuestos. Existe un desequilibrio entre los dos lados
de las cuentas del presupuesto. Sólo en las décadas del 80 y del 90 las vulnerabilidades
de los expandidos estados benefactores se volvieron crecientemente evidentes,
junto con el reconocimiento de que no era sustentable en el largo plazo. El
“modelos suizo” con generosos programas de apoyo general a los ingresos, junto
con una muy alta presión tributaria, fue totalmente transformado de patrones a
imitarse en los años 60 a patrones a ser evitados en los años 90.
No es necesario discutir aquí los temas en detalle las características institucionales
país por país. La crisis en los Estados Unidos, en España, en Italia, en Alemania,
en Suecia, en Japón y en otras partes son lo suficientemente similares para
permitir una discusión que puede aplicarse en general.
En artículos anteriores y en mi próximo libro adelanté los argumentos en el
sentido de que para que sobrevivan las democracias deben intentar preservar la
generalidad o cuasi generalidad de los programas de bienestar social y, por el
contrario, que la introducción de la discriminación abierta a través de métodos de
prueba y objetivos sólo pueden debilitar el apoyo del público tal vez hasta el punto
de hacer insostenible al estado benefactor. Debe surgir una versión política de la
“tragedia de los comunes” cuando y si grupos de interés identificables se dan
cuenta de los beneficios o transferencias particulares que se prometen a través de
impuestos discriminatorios crecientes.
Lamentablemente las democracias benefactoras occidentales están cambiando
en una dirección opuesta a la que yo sugeriría como deseable. Enfrentados con
presiones crecientes reclamando por supuestos derechos sobre los fondos recaudados
por impuestos acompañados por presiones igualmente fuertes en contra de una
mayor presión tributaria, los líderes políticos (de todas las extracciones ideológicas)
son presionados para buscar soluciones seleccionando lo que ellos consideran
los objetivos más vulnerables. ¿Por qué debería permitirse a “los ricos”, que pueden
haber participado junto con otros en el financiamiento de los programas de
bienestar, participar de lo beneficios cuando, claramente, los miembros de este
grupo “pueden financiar” su propio retiro y seguro médico? No se realiza una distinción
de categorías entre un programa de bienestar social general y uno que apoya
solamente a los que están definidos como “en necesidad”. En términos de las
implicancias políticas es importante distinguir entre el “estado benefactor general”
y el “estado benefactor discriminatorio”. Y lo que veo que ocurre es que las democracias
occidentales que se están pasando a esta última con muy poco o ningún reconocimiento
de lo que está ocurriendo.
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