EL VERANO.
Bajo la dura estación por el sol encendida
languidece el hombre, languidece el rebaño y arde el pino;
suelta el cuco la voz y, apenas percibida,
cantan la tortolilla y el jilguero.
Expira el dulce céfiro, pero la contienda
mueve bóreas, de improviso, a su vecino;
y llora el pastorcillo, porque, intranquilo,
teme a la fiera borrasca, y a su destino.
Roba el reposo a los cansados miembros
el temor de los relámpagos, los fieros truenos
y la furiosa bandada de moscas y mosquitos.
¡Ah! Demasiado ciertos son sus temores;
truena y relampaguea el cielo que, con su pedrisco,
trunca la cabeza de las espigas y de los granos altivos.
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