Estaba en el lavadero del pueblo hablando con las demás mujeres cuando me enteré que la sobrina de mi vecina padecía esa enfermedad en la que te vas pudriendo poco a poco, la peste negra. Cuando llegué a casa les conté lo sucedido a mis hijos, al llegar mi marido a casa después de un día muy ajetreado le conté lo que había llegado a mis oídos y decidió que a la mañana nos marcharíamos a una pequeña casa que tenía en las tierras en las que trabajaba. Y así fue que nos marchamos. Cuando llegamos mi hija pequeña, María, empezó a sentirse mal y le divisé unos pequeños bultos en el cuello… maldita enfermedad ya nos había alcanzado había sido demasiado tarde. Rápidamente mis tres hijos fueron a buscar al curandero del pueblo mientras que mis dos hijas y yo nos quedamos cuidando a María, que cada vez se encontraba peor ¡Pobrecita mi niña! Esa noche no pegué ojo, cuando ya había amanecido Roberto el pequeño de los chicos, empezó a sentir los síntomas. Así fuimos enfermando todos poco a poco menos el mayor de ellos, Raúl, que le obligamos a que se marchara para que no enfermara. La primera en fallecer fue María y así progresivamente hasta no quedar nada más que el pequeño Roberto y yo. Me sorprende su gran lucha con esta maldita enfermedad.
Redacción de MPGM de 2ºE.
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