Para cumplir el encargo, Prometeo buscó la mejor arcilla de la llanura de Maratón, la mezcló con agua del Ponemo y modeló un muñeco en todo semejante a los dioses, aunque de sólo cuatro codos de altura, al que llamó hombre. Eros le insufló el espíritu de la vida y Atenea lo dotó de alma, después de lo cual el hombre abrió los ojos al mundo.
Pero el castigo de Zeus fue terrible, lo que les preparó a los humanos lo conoceremos mañana, y Prometeo tuvo que ser encadenado por Hefesto a un alto pico del Cáucaso para que cada día un enorme águila devorase su hígado. Como el titán era inmortal, cada noche su hígado se regeneraba, y cada mañana debía sufrir el mismo suplicio. Afortunadamente para él, mucho tiempo después el héroe Heracles mató al águila y le liberó de sus ataduras a cambio de que él le aconsejase sobre cómo cumplir con uno de sus doce trabajos, conseguir las manzanas del jardín de las Hespérides.
Puesto que esta hazaña supuso una gran fama para su hijo Heracles, Zeus no quiso volver a encadenarle para toda la eternidad y se limitó a obligar a Prometeo a llevar siempre un anillo fabricado con parte del metal de sus ataduras y con una roca del pico donde tanto tiempo estuvo atrapado.
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