lunes, 23 de mayo de 2016

Catalina, Infanta de Castilla y Aragón, Reina de Inglaterra.

Catalina de Aragón fue una de las princesas europeas más cultas de su época. Una reina que fue hija, madre y hermana de reinas, con una azarosa y novelesca vida.




Catalina de Trastámara y Trastámara era la hija menor de los Reyes Católicos y fue, por tanto, infanta de Aragón y Castilla. Suele llamársela más habitualmente Catalina de Aragón. Nació en Alcalá de Henares el dieciséis de diciembre de 1485 y murió en Kimbolton, Inglaterra, en 1536.





Recibió el nombre de Catalina en honor de su bisabuela, la princesa Catalina de Lancaster, y, como ella, era rubia y con los ojos claros.





Recibió una esmerada educación en la corte castellana, aprendiendo las lenguas romances de la Península Ibérica, francés, flamenco, inglés y, por supuesto, latín de la mano de los mejores intelectuales de la Península, además de artes como la danza y la música. Era una muchacha inteligente y de carácter firme.





Como sus hermanas Isabel, Juana o María, se casó muy joven con el heredero de uno de los principales tronos europeos, Arturo de Inglaterra en 1501. Pero su enfermizo esposo murió pocos meses después de la boda, en 1502. Pronto comenzaron las negociaciones para casarla de nuevo con el hermano de su difunto esposo, Enrique, el padre de ambos llegó a pensar en ser él el que la desposase puesto que estaba muy impresionado por su inteligencia y temperamento. La pobre Catalina tuvo que esperar nada menos que siete años en Inglaterra a que estas negociaciones llegaran a buen puerto (durante esta espera, llegó a pasar verdaderos apuros económicos). Tras la muerte de Enrique VII su hijo, con dieciocho años, llega al trono como Enrique VIII y toma como esposa a Catalina, que entonces tenía veintitrés, en 1509.





A pesar de ser un matrimonio de estado motivado por los intereses de sus respectivos reinos, todo indica que ambos se enamoraron sinceramente tras la boda. Enrique podía estar satisfecho, su esposa no sólo era una cariñosa y culta esposa con la que compartir sus aficiones a la música, la poesía y la literatura, era también una capaz estadista en la que confiaba la regencia cuando se ausentaba para combatir en el continente o para negociar con otros monarcas. Incluso llegó a acompañar en persona las tropas de reserva que sofocaron un ataque escocés durante una de las ausencias del rey en 1512.





Fue una reina muy querida por los ingleses, que siempre la respetaron y admiraron aún mucho después de su muerte.





Pero tras más de diez años de feliz matrimonio, el problema sucesorio comenzó a preocupar a Enrique VIII. De todos los hijos tenidos con Catalina sólo sobrevivió la princesa María. Los dos varones tenidos con ella murieron al poco de nacer. Aunque Catalina defendía a María como heredera al trono (¿cómo podría ser de otra manera habiendo conocido a una excelente reina como su madre, Isabel la Católica?), Enrique temía que por ser mujer los nobles no la aceptasen de buen grado e iniciasen una sangrienta guerra civil en un loco intento por conseguir el trono.





Este problema sucesorio llegó a obsesionar a Enrique, que decidió divorciarse en 1527 de Catalina para casarse después con una mujer más joven que pudiera darle más hijos y conseguir así el ansiado varón. Pero las cosas no eran tan fáciles, debía encontrar una excusa para que el Papa declarase nulo su matrimonio. Alegó que el primer matrimonio que había contraído con su hermano Arturo hacía ilegal el posterior con él, pero Catalina se negó a colaborar. Estaba enamorada de su marido y, además, no podía permitir que la anulación de su matrimonio convirtiese a su hija María en ilegítima.





Así es como empezó el calvario de Catalina, que buscó el apoyo de su sobrino, el emperador Carlos V. Gracias a él el Papa se negó a conceder la nulidad matrimonial, pero Enrique perseveraba en su deseo de divorciarse. Carlos llegó a proponer a su tía declarar la guerra a Inglaterra, pero ésta se negó porque eso hubiese supuesto el derramamiento de sangre y el sufrimiento de sus súbditos y ella, como reina de Inglaterra, no podía permitirlo.





Finalmente, Enrique VIII decidió que si el Papa no le concedía la nulidad matrimonial sería él mismo el que lo hiciese. Así mandó recluir a su esposa, se casó con la joven noble Ana Bolena e hizo que el arzobispo de Canterbury declarara nulo su matrimonio anterior. Así rompió relaciones con el Vaticano y se autoproclamó jefe de la Iglesia de Inglaterra en 1534.





Catalina, que siempre se consideró la legítima reina de Inglaterra, enfermó y murió en 1536, siendo enterrada en la catedral de Peterborough con honores de princesa viuda y no de reina.





Había terminado la historia de Catalina, pero no la de su marido ni la de su hija. Enrique no consiguió tan fácilmente un hijo varón, y la obsesión por él le llevó a encadenar una tras otra un total de seis esposas de las que dos fueron juzgadas y condenadas a muerte por deseo del rey. La princesa María tenía, tras la muerte de su madre, un incierto futuro y tuvo que sufrir ser declarada ilegítima, apartada de la línea sucesoria y no se la casó con ningún noble o príncipe... pero sólo temporalmente porque ¿recordáis que he dicho que Catalina fue madre de una reina?

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