domingo, 22 de mayo de 2016

La emperatriz Isabel de Avis y Trastámara.

Isabel era hija de la infanta María de Trastámara -por tanto nieta de los Reyes Católicos- y el rey de Portugal Manuel I. Su boda con el emperador Carlos se había concertado por motivos políticos, pero los relatos de los cortesanos que conocieron a la pareja cuentan como ambos se enamoraron sinceramente al conocerse. El matrimonio tuvo seis hijos, entre los que se encontraba el futuro Felipe II.

Cuando el primero de mayo de 1539 Isabel falleció en Toledo tras dar a luz a su sexto hijo, dejó a su primo y esposo, el emperador Carlos V, en el más absoluto desconsuelo. Tras trece años de matrimonio el enlace concertado entre las dos familias, los Habsburgo y los Avis, había resultado todo un éxito tanto en lo político como en lo personal. Carlos V no había dudado en delegar las tareas de gobierno en su esposa durante sus prolongadas ausencias de la Península, demostrando ésta su valía política e inteligencia.

De regreso a sus obligaciones al frente del gobierno del estado, no volvió a casarse jamás y pocas mujeres ocuparon la atención del emperador, quizá el caso más conocido sea el de Bárbara Blomberg, madre del futuro Don Juan de Austria, permaneciendo siempre presente en su memoria una profunda añoranza por su malograda esposa. Para mantener vivo este recuerdo, Carlos V encargó a diversos artistas la realización de varios retratos; bien en forma de lienzo, de escultura de bronce o de relieves en mármol, siempre con la imagen de Isabel como protagonista.

De entre todas estas creaciones es, sin duda, el retrato que realizó Tiziano en 1548 la obra más conocida de todas, por la que el emperador siempre sintió un especial aprecio y que acompañó a éste en sus últimos días en su retiro de Yuste.



Tiziano se valió de un retrato previo de la emperatriz que, como recordaremos, hacía casi diez años que había desaparecido.
Podemos imaginar la dificultad que, para un retratista de la talla de Tiziano, supuso la realización de un encargo de estas características.


Cuentan el encargado de escoltar sus restos mortales hasta Granada para su entierro fue su caballerizo Francisco de Borja, duque de Gandía. Francisco, enamorado platónicamente de la emperatriz, tuvo que cumplir con la costumbre de asegurarse de que el cuerpo estuviese verdaderamente en el ataúd antes de darle sepultura, y la impresión que le causó ver el estado de la que fue una de las mayores bellezas de su época sólo le permitió afirmar "No puedo jurar que ésta sea la Emperatriz, pero sí juro que fue su cadáver el que aquí se puso".

Después de este trance, juró no volver a servir a ningún señor que pudiera morir, ordenándose jesuita tras la muerte de su esposa y dedicándose al servicio a Dios que le llevó a ser declarado santo con posterioridad.


No hay comentarios:

Publicar un comentario