
En el Museo Arqueológico Nacional podéis disfrutar de las más fastuosas joyas visigodas, el Tesoro de Guarrazar. Está formado por varias coronas votivas (que se entregaron como ofrenda) y objetos litúrgicos (utilizados para el culto en las iglesias).
Lo que puede que no conozcáis es la pintoresca historia de su descubrimiento y la desgracia de haber perdido una parte importante del mismo por la ignorancia y la ambición excesiva.
Guadamur es un pueblo muy cercano a Toledo. En su término municipal existe una paraje denominado Guarrazar en el que se conservaban restos de un cementerio visigodo. Nadie pensaba que el lugar fuese especial, ni que escondiese los restos más importantes de la orfebrería visigoda. Se puede deducir que durante la invasión visigoda se reunieron las principales donaciones y tesoros de las iglesias toledanas para esconderlos y evitar su robo, eligiendo una pequeña iglesia con un cementerio que con el paso de los siglos se derrumbó y desapareció.
Un día de 1858, el matrimonio de Guadamur formado por María Pérez y por Francisco Morales volvían de Toledo durante unaas fuertes lluvias. Su hija se desvió del camino para hacer sus necesidades y se ocultó tras unas piedras, notando que las lluvias habían arrastrado mucha tierra y habían dejado a la vista un escondrijo de joyas. Cargaron las que pudieron en su burro y esa misma noche, fueron a por todas las demás, para esconderlas en su casa. Aunque intentaron ser discretos para que nadie les descubriese, Domingo de la Cruz, un hortelano cercano les vio e, intrigado , decidió inspeccionar el lugar. ¡Descubriendo un nuevo escondrijo con más coronas, cruces, joyas y objetos de un lujo inimaginable! Como sus paisanos, recogió todo lo que encontró y lo guardó en su casa.
¿Qué hicieron los descubridores? Fueron destruyendo las piezas, para poder venderlas poco a poco y no tener que dar tantas explicaciones acerca de su procedencia y conservación, por lo que una parte importante del tesoro se perdió irremisiblemente.
¿Creéis que las aventuras del tesoro acaban aquí? Pues no es así. Los primeros en intuir que había habido un gran descubrimiento fueron un profesor de francés y un diamantista que, extrañados de la presencia de gemas talladas con técnicas muy antiguas y de restos de joyas de enorme riqueza empezaron a investigar sobre su origen. Consiguieron dar con María y Francisco, comprarles todo lo que les quedaba y reconstruir alguna corona más con los pedazos recuperados en distintas joyerías de Toledo... ¡Pero no dijeron nada al gobierno español y se lo vendieron a Francia! De esta manera salieron las piezas del país, y las autoridades se enteraron por la prensa de la adquisición francesa.
En 1860, Domingo Cruz advierte que puede obtener de su botín más que el precio del oro y las piedras preciosas que lo componen, y ofrece una de las piezas a la reina Isabel II, que le recibió y se enteró que tenía más joyas escondidas en su casa. Cuando las autoridades le compraron todo lo que le quedaba y además le premiaron con una importante pensión por haberlas entregado al Estado, Domingo no pudo menos que lamentar haber destruido ya alguna de las piezas, como los cinturones de oro o una maravillosa paloma áurea cuajada de piedras preciosas.
Las coronas que permanecían en España se guardaban en la Armería del Palacio Real, y fue allí de donde robaron una de ellas en 1921. Era la corona ofrecida por el rey Suintila, y aunque se atrapó a los supuestos ladrones, la pieza no apareció y su paradero sigue siendo un misterio.
Frente a esta pérdida, en 1941 se consiguió recuperar parte de la colección que estaba en Francia, gracias a las mismas negociaciones que nos trajeron de vuelta a la maravillosa Dama de Elche y otras piezas arqueológicas y artísticas que España llevaba décadas reclamando a Francia. Todo esto fue posible porque en este momento (la II Guerra Mundial) Francia se encontraba en un momento de gran debilidad: parte de su territorio estaba ocupado por los alemanes y el gobierno que se estableció en la parte libre tenía muy buenas relaciones con la dictadura de Francisco Franco.
¿No es triste que hayamos perdido una parte muy importante de estos objetos por la ignorancia y la avaricia?
En la actualidad cualquier pieza arqueológica encontrada fortuitamente debe ser entregada a la Guardia Civil, el museo arqueológico regional, ayuntamientos, etc, no hacerlo es un delito. También es delito sacar del país estas piezas para venderlas a museos o particulares. ¿Por qué? Los dueños de esas piezas murieron hace mucho tiempo, no pertenecen a quien las encuentra o a quien es propietario de los terrenos donde a aparecen, son de todos los españoles. Y porque son de todos los españoles deben ser conservados con las medidas adecuadas y, si se trata de piezas de gran valor histórico-artístico, expuestas en museos para que todo el que quiera disfrutar de ellas pueda hacerlo sin dañarlas.
No olvidemos que de estos objetos (y sobre todo del lugar, posición, y circunstancias en las que se encuentran) podemos extraer información acerca de cómo vivían, qué pensaban y cómo actuaban nuestros predecesores. El expolio arqueológico impide a los arqueólogos e historiadores acceder a esa información e impide que conozcamos mejor cómo eran las culturas que nos han precedido.
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